La función del agua y su importancia

El agua es un elemento esencial de nuestro organismo, un componente fundamental para la vida misma.

El ser humano se compone de aproximadamente un 80% de líquidos: por lo tanto, parece claro que una buena hidratación es la base de la supervivencia y el bienestar psicofísico.

Las funciones de este importante elemento son innumerables:

  1. Actúa como solvente en reacciones metabólicas;
  2. Regula el volumen celular y la temperatura corporal;
  3. Permite el transporte de nutrientes y favorece los procesos digestivos;
  4. Elimina los desechos metabólicos;
  5. Mantiene lubricadas las zonas anatómicas.

Además, una buena hidratación también es importante para el sistema cardiovascular: la presencia de una cantidad correcta de agua reduce la viscosidad de la sangre y el riesgo de formación de trombos, el magnesio que contiene favorece la relajación de las células del músculo cardíaco, mientras que el calcio participa en la coagulación de la sangre, lo que reduce el riesgo de ataque al corazón.

Por tanto, es fundamental garantizar al organismo la cantidad adecuada de líquidos, y podemos hacerlo de varias formas.

El 80% del agua se introduce a través de lo que bebemos, y el 20% restante a través de alimentos sólidos. Cuando está en exceso, se elimina por la orina, el sudor, la transpiración y las heces.

Con el aumento de las temperaturas, sobre todo en verano o en países muy cálidos, almacenar una correcta hidratación se vuelve de vital importancia para el bienestar de nuestro organismo. De hecho, a medida que aumenta la temperatura, también aumenta la dispersión de calor y la pérdida relativa de líquidos y electrolitos. Nuestra termorregulación, que tiene lugar para dispersar el calor y reducir la temperatura corporal a través de la sudoración, mecanismo que también se establece durante la actividad deportiva, requiere un correcto nivel de hidratación para funcionar de manera eficiente: de hecho, el agua sirve para activar esos mecanismos compensatorios a ser capaz de devolver la temperatura interna a las condiciones fisiológicas naturales (alrededor de 37 ° C).

Qué es la deshidratación y qué riesgos conlleva

La deshidratación se refiere a una reducción en el volumen de agua del cuerpo, a menudo acompañada por la pérdida de electrolitos como sodio, potasio y cloro. Es una condición clínica que puede ocurrir cuando la pérdida de líquidos es mayor que la ingesta; por lo tanto, simplemente cuando ingerimos menos agua de la que utiliza nuestro cuerpo.

Podemos distinguir 3 tipos de deshidratación: hipertónica, isotónica e hipotónica.

La deshidratación hipertónica se caracteriza por un aumento de los niveles plasmáticos de sodio y de hiperosmolaridad: es consecuencia de la pérdida de agua pura, de líquidos hipotónicos o de una reducción de la ingesta de agua. En términos prácticos, a menudo está relacionado con la sudoración excesiva y la consiguiente caída del volumen plasmático.

La deshidratación isotónica suele seguir a los vómitos o la diarrea, y es la pérdida de agua y electrolitos en proporciones equilibradas. Ocurre precisamente cuando se pierden líquidos con una composición similar a la del plasma.

Por deshidratación hipotónica, en cambio, entendemos un descenso de los niveles plasmáticos de sodio y una reducción de la osmolaridad, y es secundaria a una pérdida de líquidos con exceso de sodio. Suele presentarse como consecuencia del abuso de diuréticos o de la rehidratación con agua baja en sodio, sobre todo en verano.

También existen varios factores de riesgo que predisponen a la deshidratación y el principal es sin duda la edad. En los ancianos, de hecho, el estímulo a la percepción de la sed tiende a disminuir de forma natural, convirtiéndolos en un blanco fácil de la deshidratación. A esto le sigue la exposición prolongada al sol, ambientes demasiado húmedos o demasiado secos, actividad física intensa o la presencia de dolencias como fiebre y/o disentería.

Cuando estamos deshidratados, o en todo caso cuando nuestro nivel de hidratación está por debajo de los estándares requeridos por nuestro organismo, corremos el riesgo de desarrollar diversas dolencias. Los más habituales son los problemas intestinales, el cansancio cardíaco, la disminución de la tolerancia al cansancio y, en el caso de las dietas hipocalóricas, el reducido manejo de la reducción calórica.

Síntomas de deshidratación

Cuando el organismo pierde una cantidad de líquidos superior a la que ingiere, pueden aparecer rápidamente síntomas como debilidad, calambres, pérdida de lucidez, irritabilidad, hasta el más conocido "golpe de calor". No debemos confiar exclusivamente en la percepción de "sed": a menudo, de hecho, el estímulo llega cuando ya estamos parcialmente "deshidratados". Beber solo cuando la sensación de sed está presente puede ser contraproducente, precisamente porque sentir sed ya es una señal de alarma en sí misma: indica que el balance hídrico está perdido. El impulso que nos impulsa a beber está regulado por un área ubicada en el hipotálamo, llamada "centro de la sed", que se estimula cuando el volumen y la presión de la sangre disminuyen. Esta disminución ya se debe a la deshidratación, y por eso es muy importante no esperar a tener sed para beber. Los síntomas de deshidratación aumentan según el porcentaje de agua perdida a través del sudor o la pérdida de calor. Cuanta más agua perdemos, mayores son los síntomas percibidos, hasta la posibilidad de desarrollar eventos incluso muy graves. Obviamente, esto tiene lugar para almacenar una correcta termorregulación en relación con el peso corporal.

A continuación, ilustramos la relación entre el porcentaje de deshidratación y las manifestaciones sintomáticas:

1% - Efectos sobre la actividad y el rendimiento físico del cuerpo;

2% - Alteraciones de la termorregulación y del volumen plasmático - Sensación de sed;

5% - Calambres, astenia, irritabilidad;

7% - Malestar general, debilidad intensa, alucinaciones;

10% - Riesgo real de aparición de golpe de calor - colapso - riesgo de mortalidad.

Cómo almacenar un correcto equilibrio hidrosalino

Suponiendo que no hay una cantidad ideal de agua a tomar, que por lo tanto es buena para todos, y que el suministro de agua siempre debe ajustarse de acuerdo con el sujeto individual debido a las diferentes condiciones climáticas, el gasto de Valor energético y la ingesta de electrolitos, podemos decir que en En condiciones normales, el requerimiento diario de agua es de aproximadamente 30 ml por kg de peso corporal, o 1 ml por cada kcal ingerida. En términos prácticos, se debe beber al menos 1,5lt de líquidos a través de bebidas, prefiriendo siempre el consumo de agua sin gas.

Sin embargo, esto no es suficiente para asegurar una correcta hidratación: los líquidos son tan importantes como las sales minerales consumidas a través de los alimentos. No se debe subestimar la contribución de cloruro de sodio, magnesio, potasio y otros preciosos micronutrientes.

Estos elementos son fundamentales para el desarrollo natural de las reacciones bioquímicas y procesos fisiológicos de nuestro organismo. Por lo tanto, tomar la cantidad adecuada de Sal, en una dieta equilibrada, conduce no solo a una mejor distribución de los líquidos intra y extracelulares, sino también a una menor retención de agua y pesadez, especialmente en la zona de las piernas. Además, gracias a su influencia sobre la presión arterial, la cantidad adecuada de Sal también combate la sensación de fatiga y cansancio.

Hidratación para el verano

En verano el riesgo de deshidratación está en su nivel más alto, pues el aumento de las temperaturas está ligado a la sudoración excesiva. Una pérdida mínima de líquidos, correspondiente a sólo el 1% de nuestro peso corporal, es suficiente para comprometer nuestro rendimiento psicofísico y bloquear los mecanismos fisiológicos. Es necesario beber en mayor cantidad, llegando incluso a un total de 3-4 litros al día, sobre todo en el caso de la actividad física.

Estos líquidos también se pueden aumentar consumiendo frutas y verduras. De hecho, la variedad de alimentos frescos que nos ofrecen las altas temperaturas permiten que nuestro organismo tenga una hidratación constante, rica en sales minerales y vitaminas hidrosolubles.

Todo esto es necesario porque durante los periodos cálidos el organismo pone en marcha una serie de mecanismos termo-dispersivos, además de suspender algunos procesos metabólicos necesarios para que se produzca la termogénesis facultativa. La vasodilatación de la piel, el aumento de la sudoración y el aumento de la frecuencia y profundidad de la respiración son algunos de estos mecanismos, que tienen como objetivo aumentar la dispersión del calor a través de la evaporación. La termorregulación es un proceso muchas veces involuntario: especialmente en los mamíferos, es la intervención del centro regulador hipotalámico, que capta y procesa las señales provenientes de los termorreceptores cutáneos y centrales, para coordinar la respuesta fisiológica más adecuada para almacenar la temperatura corporal alrededor. los habituales 37°C.

Los ancianos, debido a la disminución de la percepción de la sed y la dificultad para beber las cantidades necesarias de agua, tienden a deshidratarse con mucha más facilidad. En consecuencia, como ya se ha descrito anteriormente, es importante prevenir esta situación, incluso tomando pequeños sorbos de agua repartidos a lo largo del día o aumentando la ingesta de zumos de frutas naturales y purés de verduras.

En conclusión, podemos decir que el agua sigue siendo una de las principales fuentes de vida, y es muy importante para que el organismo pueda almacenar un buen nivel de hidratación, independientemente de las condiciones climáticas y del gasto energético. Acostumbrarse a sorber una gota de agua varias veces al día en lugar de esperar la sensación de sed evitará la deshidratación y todas las molestias que conlleva, mejorando el estado de ánimo, la Valor energético y el rendimiento en general. Un consejo útil podría ser incluir el consumo de un vaso lleno de agua en cada comida o merienda: si lo pensamos bien, de hecho, 125-200 ml de agua 4-5 veces al día ya son un excelente punto de partida para apoyar nuestra hidratación!

Además, estar correctamente hidratado nos permite no confundir el hambre con la sed, dos sensaciones que muchas veces se perciben de la misma manera, siendo de gran importancia saber distinguirlas. También podemos decir que beber dos vasos de agua antes de cada comida, con el fin de llenar el estómago, nos permite gestionar correctamente la sensación de saciedad, además de favorecer una digestión eficiente por los jugos gástricos.

 

 

giada barca

Consultor Nutricional Deportivo

El Colegio de Medicina Naturopática